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Noris tenía que estudiar en otra ciudad en medio de malas condiciones, Yadira, su mamá, decidió viajar y empezar de cero para cuidarla. Cuando lo hizo, supo que ese cuidado era lo que otros padres más valoraban para sus hijos.

En 2008 cuando Yadira Durango vio salir a su hija Noris de casa, en Montería, esta apenas tenía 16 años. Por primera vez se separarían para que Noris estudiara microbiología en Medellín.    

La joven llegó a la casa de un familiar que le ofreció techo y comida. Se había comprometido a cuidarla con un almuerzo caliente y a tiempo para que ella pudiera concentrarse en estudiar. Pocos días pasaron para que las cosas empezaran a fallar.    

Yadira intentó conseguir otras viviendas para su hija, pero no lo logró. Quería verla bien, estudiando tranquila y bien alimentada. Pero donde recibía buena comida, el ruido no paraba porque en cualquier momento empezaba una fiesta y, donde podía estudiar, le daban poca comida y desbalanceada.    

Durante más de un año, Yadira estuvo al tanto de esta situación, viviendo la angustia de no poder hacer nada por su hija. No tenía cómo garantizar su cuidado y la impotencia de estar lejos finalmente estalló cuando supo que Noris estaba en urgencias por una crisis de migraña.    

No era una opción que su hija regresara. Pero estando lejos solo sentía rabia por los acuerdos incumplidos, impotencia porque Noris no podía estudiar y preocupación porque la sentía a la deriva. Tomó la decisión de viajar, pero no tenía dinero. Recogió un poco y, con lo que pudo, pagó el bus de Montería a Medellín. 400 kilómetros después llegó con “una mano adelante y una atrás”, como dice.    

Llegó donde su familiar, y necesitaba encontrar pronto un sustento. Ahí vio que Noris, como otros jóvenes universitarios, necesitaban un lugar adecuado donde vivir y comer bien mientras estudiaban. Otros padres, en otras ciudades, también estaban inquietos por su situación. Allí vio una oportunidad para estar cerca de Noris, mientras ganaba dinero cuidando otros jóvenes.   

Conoció a Cristina, una vecina de la unidad, quien al hacerse amiga le ofreció alquilarle un apartamento sin “ponerle mucho problema para los documentos”. Allí, además de Noris, llegaron a vivir una joven de Córdoba y otro de Huila, como inquilinos. Cada uno lejos de su casa, con el temor que implica vivir en una ciudad ajena.    

Con el dinero del hospedaje y la alimentación de cada uno, empezó lentamente a acomodarse. Les vendía también comida a otros estudiantes recomendados que llegaban detrás de su arroz con pollo, el plato más famoso. Hoy alimenta a más de 20 y cuenta con cuatro apartamentos donde viven en condiciones aptas para estudiar, con normas de convivencia claras que les permite estar tranquilos.    

«Llegan a mi pensión y desde un principio les tengo reglas: el respeto entre ellos, hacía a mí y el buen comportamiento», resalta.   

Ofrecer hospedaje y alimentación a los estudiantes es su trabajo diario. Pero en este trabajo, desde casa, sirve además de consejera y compañía en los peores momentos de quienes llegan adolescentes para volverse adultos mientras avanzan en sus carreras. Yari, como la conocen, cuida a otros como quiso que cuidaran a su hija, hace ya 11 años.    

Noris se graduó como microbióloga y hoy tiene su propia familia. Yadira ha visto crecer a otros de los estudiantes que una vez recibió y hoy vuelven a su comedor de cuatro puestos como profesionales que llegan de visita.    

Ella tiene claro que este trabajo le ha brindado una nueva vida, no solo a ella que dejó su ciudad para cuidar a su hija y empezó de cero, sino también a jóvenes estudiantes que ven en ella una figura de protección y cuidado. Reconoce que este trabajo implica un esfuerzo grande, pero es consciente de que, gracias a su labor, muchos jóvenes no viven lo que Noris sufrió lejos de casa.   

En Colombia actualmente se fortalece el Sistema General de Cuidados que ejecuta e implementa servicios, programas y proyectos para mejorar la calidad de vida de cuidadores y personas que son cuidadas.

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