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Para vivir de su sueño Mateo tuvo una doble vida. Una historia de perseverancia y confianza en eso que a uno lo apasiona. 

Mateo Montoya vive hace 23 años en Santo Domingo Savio y su primer contacto con la música fue, gracias a la guitarra de su abuelo, a los siete. Desde que la tocó por primera vez, pensaba en música día y noche. Wilmar y María Eugenia, sus papás, ambos vendedores, notaron su afición.      

Parecía un pasatiempo más, hasta que un día la profesora del colegio los citó porque Mateo era ruidoso y en clase, desde el pupitre, jugaba a la batería con sus lápices.  

Lo inscribieron en clases de natación y fútbol para que canalizara toda esa energía, pero no se conectó con esos deportes.  

Por eso Wilmar y María Eugenia lo matricularon, a los ocho años, en clases de contrabajo en la Escuela de música de Aranjuez.   

Tenía que ir en bus, luego en metro y caminar para llegar a la escuela y aprender. Sin embargo, no sentía pasión por el contrabajo. Entonces, en las clases prefirió enfocarse en aprender a leer partituras. 

En casa dividía su tiempo entre practicar canciones y hacer las tareas del colegio, debía rendir en el estudio para seguir tocando instrumentos.  

En 2009, en Santo Domingo, la guerra de las bandas armadas en distintos sectores de la comuna se agudizó. Un día, al regreso de una de sus clases, Mateo tuvo que presenciar una balacera y sus papás, para protegerlo, le dijeron: «no más clases de música».    

Sin poder volver a la escuela, Mateo intentó aprender de forma autodidacta a tocar una organeta que le había regalado su mamá.  

Luego, la violencia cesó y pudo ir a la Escuela de música de Moravia, otro barrio de Medellín donde quería estudiar piano. Llegó, pero los cupos estaban llenos. «Por descarte», dice, decidió entrar a marimba y xilófono. Lo que entonces parecía mala suerte, resultó ser una revelación: se enamoró de la percusión. 

Se graduó del colegio y obtuvo una beca para estudiar ingeniería financiera. Ver a su papá orgulloso y el haber escuchado muchas veces, en voz de familiares, que la música no daba para vivir, fueron motivos suficientes para empezar la ingeniería. 

Pero la afición por la música no desapareció. A escondidas, Mateo siguió ensayando y participando en audiciones; más tarde logró ir a Estados Unidos a una competición con la Red de Escuelas de Música de Medellín. Cuando regresó, ya nada era igual. 

Cada vez se le hacía más difícil tener una «doble vida». La ingeniería le pesaba, mientras la música le daba aliento. Estudiaba mucho para poder ensayar más. Extenuado, tomó una decisión importante: renunció a su beca de ingeniería financiera y se dedicaría a lo que le apasionaba. Asumió las consecuencias en casa y, aún con el riesgo de quedarse sin nada, se presentó a la licenciatura de música de la Universidad de Antioquia. 

Estudió juiciosamente durante meses antes del examen de admisión, consiguió una tutora y amigos que compartían su anhelo; madrugaba y trasnochaba a practicar. Mateo pasó el examen, pero sus amigos se quedaron en el camino. 

De ese día han pasado cinco años. El camino no ha sido fácil, pero los resultados valen la pena. Mateo ya tocó en la orquesta original de Rodolfo Aicardi, el Trío América y la Sinfónica estudiantil de la Universidad de Antioquia. También 'saca pecho' cada que en casa dicen «el músico de la familia». Planea terminar de estudiar y algún día tener su propio estudio de grabación. 

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