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Animarnos a regalar con propósito. Regalar por regalar, no es una opción; el juguete también es un mensajero. Esto lo entendió Yenifer Aristizábal a la hora de regalarle algo valioso y significativo a una pequeña amiga. 

Soy madre desde hace casi dos años y madrastra desde hace cuatro. Ambos son niños y darles obsequios suele ser sencillo: Juguetes que propicien el movimiento o que apelen a sus intereses.

Hace un par de meses conocí a Mariangel, una niña de cinco años que viene a diario a casa y con quien construyo ahora una bella relación de amistad. Desde el primer día me contó qué estaba pidiendo de navidad: un maquillaje.   

-¿Por qué quieres un maquillaje?, le pregunté 

-Para verme más linda, me dijo 

-¿Por qué quieres verte más linda?, insistí 

-Para que me quieran más  

Mi mente se alertó de inmediato. Desde mi perspectiva sentía que crecía en una caja mental que la limitaba y la cargaba con expectativas superficiales. Una niña tan pequeña considerando que el afecto depende de la belleza y esta, a su vez, del maquillaje. Ese día le pedí que antes de dormir le dijera a su almohada lo siguiente: “con o sin maquillaje, soy linda y digna de amor”. Mariangel me contó que lo recordó y lo hizo, sin embargo, quería todavía su maquillaje.

En casa la queremos y deseamos que, así como pasó con nuestros hijos, Mariangel encontrara un regalo de navidad. Me había propuesto regalarle el carro, pero tampoco me sentía cómoda ignorando su deseo: el maquillaje.

“Simplemente déjala jugar, si quiere su maquillaje, cuál es el problema”, me dijo un amigo. Pero también sé que los juguetes traen un mensaje con ellos, una historia y, cuando se es niño, casi que una invitación para la vida adulta.

Maquillaje o carrito… esto se convirtió en el dilema que me acompañó durante varias semanas 

Me vi reflejada en Mariangel, me vi a mí misma siendo esa niña que no recibía “regalos de niño” y que hoy tiene que vencer sus temores para aprender a conducir un carro porque nunca se familiarizó con un volante o con las direccionales, por ejemplo.

Mi versión adulta lo cuestiona todo y quisiera que las niñas crecieran pensando que pueden lograr cualquier cosa, que nada está predeterminado. Sentía que podía brindarle al menos la posibilidad de pensarse un juego distinto.

En una reunión de trabajo, lo hablé con mis compañeros, hombres y mujeres. Entre todos lo discutimos desde la perspectiva más ingenua del juego, hasta la necesidad de brindarle una visión más feminista. Al final, como en una especie de epifanía, logré llegar a una conclusión que ahora me parece obvia: regalarle ambos.

La respuesta estuvo allí desde el inicio: ambos juguetes pueden convivir, sin necesidad de excluirse. El maquillaje per sé no la hará esclava de la imagen, tampoco tenía que elegir el carro para ser más libre.

Desde niños, muchos de nosotros crecemos y nos formamos en los prejuicios. Nos dividen por gustos, colores, intereses, posibles profesiones u oficios. Pero yo quería que Mariangel supiera que puede elegir, que siempre puede hacerlo y que fuera ella misma quien decidiera cuál de los dos obsequios podría tener más valor en su vida.

¿Cuál fue ese mensaje que enviaste con el último obsequio que le diste a alguien? 

¿Jugamos? Sí. #Juguemos con propósito

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