Imagen cabecera Somos frágiles, somos fuertes

David Escobar

Somos frágiles, somos fuertes

Hacemos esta segunda revista Comfama sobre salud mental porque cuando uno se está cansado de repetir, la gente apenas está empezando a entender. También porque el asunto, luego de la pandemia, es aún más desafiante que con nuestro primer llamado de atención en 2018. Es muy probable, apenas estamos acopiando estadísticas, que el estado de la salud mental de los colombianos esté peor ahora que antes de 2020.

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«Estar loco es, sobre todo, estar solo»

Rosa Montero en El peligro de estar cuerda

Durante algunas semanas había sentido una fatiga extraña; estaba distraído, preocupado. Se me olvidaban las cosas más simples como cumplir una cita o para qué había llegado a la cocina; tenía problemas para terminar algunas frases. No sé si los demás se daban cuenta pero yo sufría. Llevaba unos meses rumiando angustias, trabajando en exceso, preocupado por la ciudad, el país y hasta por el planeta. Una mañana, de pronto, mi ritmo cardíaco se elevó sin razón aparente y no quiso bajar al rango normal. Pasó un día, pasaron dos y luego tres días, comenzaron los dolores de cabeza y los mareos. Me asusté y fui al médico, a varios, de hecho. Ellos me ayudaron a comprender, a comprenderme, porque los buenos sanadores escuchan, preguntan, nos ayudan a sintetizar lo más complejo y a abrazar nuestra ineludible condición humana.

El primer médico, con los resultados de los exámenes en su escritorio, me miró: «Cuénteme de su vida, ¿cómo está?, ¿qué está sintiendo? No puedo atenderlo si no lo comprendo, si no conozco sus emociones». Miré de nuevo el logo del lugar en los papeles que tenía al frente, no me había equivocado, era un centro cardiovascular, no sicológico. Sin embargo, su mirada tranquila y sus palabras amables me inspiraron confianza. Comencé a contarle de mi vida, a compartir mis inquietudes. Su pregunta me obligó a reconocerme. «Tiene los síntomas de un burnout», concluyó.

El segundo doctor, un buen amigo y sabio médico funcional, me escuchó con paciencia y luego sentenció: «Es que tú eres como un carro con 14 pasajeros encima. Hay que cuidarlo mucho y estarlo revisando». Lo miré con ganas de llorar. Esa imagen simple me describía plenamente. De repente, vi toda mi fragilidad en la forma de un carro lleno de gente y carga real e imaginaria en su interior, varios pasajeros colgados de las puertas y otros encima del techo. «Si no te cuidamos, podrías afectar tu sistema parasimpático», explicó.

No crean que compartir esto es fácil. Sé que culturalmente habrá quién me juzgue débil, imprudente o ambas. Estoy revelando algo que normalmente avergüenza, las familias esconden y nadie declara en una entrevista laboral. Pero es la verdad, tuve un episodio muy duro de estrés laboral. Al comienzo pensé que era una cosa que un buen sueño o un fin de semana sanarían, pero era necesaria una respuesta más contundente. Ahora estoy mucho mejor, aunque el proceso continúa aún debo afrontar las causas subyacentes con total determinación. Agradezco haber reconocido mi vulnerabilidad para poderlo afrontar y luego comenzar a resolverlo. Intuyo, además, que contarlo en este texto puede servir a algunas personas que lo viven en carne propia o conocen a alguien que pasa por esto o algo similar, pero se lo niegan y lo esconden al resto del mundo.

Hacemos esta segunda revista Comfama sobre salud mental porque cuando uno se está cansado de repetir, la gente apenas está empezando a entender. También porque el asunto, luego de la pandemia, es aún más desafiante que con nuestro primer llamado de atención en 2018. Es muy probable, apenas estamos acopiando estadísticas, que el estado de la salud mental de los colombianos esté peor ahora que antes de 2020. No sería extraño, dado que vivimos en un mundo en medio de una crisis democrática y climática, con guerra en Europa y una situación económica global fuertemente desafiante. Colombia y Antioquia viven, además, sus propios dramas en medio de todo esto. No es que todo vaya mal, desde luego, hay miles de razones para la esperanza, pero también las hay para lo contrario.

Nuestra primera intención es de carácter cultural. Queremos ayudar a normalizar la conversación sobre salud mental, poner el tema de nuevo en la mesa de las empresas, en el comedor de las familias y ante los ojos de los gobernantes. Queremos acabar con el tabú que bloquea el avance y que genera los más tristes finales y las más profundas desgracias familiares.

Por otro lado, pretendemos desencadenar nuevas acciones y alentar las que hay en marcha. Con un espectro amplio, desde la prevención, la alimentación, la educación, hasta la atención en niveles de diferentes complejidades, pensamos que el país debe resolver pronto cómo hará para tratar el asunto de la salud mental y actuar en consecuencia. Es necesario asumir con determinación y sentido de urgencia la depresión, el estrés laboral y muchas otras patologías. Se trata de un asunto de la máxima prioridad nacional, empresarial y familiar.

Finalmente, aspiramos a que con estas historias, todas reales, humanas y bellas, podamos llegar al corazón de muchos y desencadenar respuestas individuales, tan necesarias como las institucionales. Frente a nosotros puede haber un ser querido o un colega descolgado en «esa espiral descendente» de una enfermedad mental, como lo describe Rosa Montero en su más reciente libro. Cuando un amigo esté con la mirada gacha o hable menos de lo normal, prestemos atención, acompañemos ese momento. No olvidemos, además, que ese ser en problemas puede estar mirándonos en el espejo de nuestro baño.

Convirtamos nuestra vulnerabilidad en una fuerza que nos una y humanice. Normalicemos pedir ayuda, buscar a los profesionales que nos pueden asistir, acudamos pronto cuando nos necesiten y pensemos en la bella lección de Borges sobre la compasión, que nos recuerda que todos «somos voces de la misma penuria». 

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