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David Escobar

Reimaginar la edad

Queremos que empresas y familias asuman estas reflexiones, que dejemos de discriminar por la edad y ajustemos juntos las desigualdades socioeconómicas en el acceso a derechos y oportunidades de los adultos mayores.

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«Yo no creo en la edad». Pablo Neruda, Oda a la edad.

«Es que esa persona ya tiene muchos años para estar en una junta directiva», le dije a uno de mis más sabios y queridos consejeros, sin ser consciente de que estaba discriminando injustamente a alguien ¡con la misma edad que él! «Gracias por lo que a mí me corresponde, querido Deivid», se carcajeó. «¿Cuántos años tienes, José?». «Los mismos que él», explicó. «¡No lo puedo creer!», concluí. Al final reconocí mi error y decidimos que el sujeto en cuestión bien podría seguir teniendo oportunidades de prestar ese servicio a la comunidad. Cuando colgamos me quedé pensando.

Es impresionante lo que ha cambiado la percepción que tenemos de las edades humanas. En este momento, por ejemplo, soy mayor que mi padre cuando murió y yo que lo veía superadulto. Nací cuando mi abuela tenía apenas 59 años y debo confesar que, en mi infancia, a pesar de la inmensa admiración que le tuve, la vi como una señora de mucha edad. Hasta ella misma se consideraba a sí misma «una señora de edad»… apenas en su sexta década.

Ahora, en cambio, cada vez es más común ver personas mayores de 70 y 80 en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, trabajando, emprendiendo, leyendo, viajando, haciendo ejercicio y disfrutando plenamente.

Hace pocas décadas, la gente, cuando se pensionaba, pensaba que le quedaba poco para «disfrutar». Hoy en día, después de los 60 siguen varias etapas, tanto productivas como retributivas y «disfrutativas». ¿De dónde proviene este cambio, casi súbito, en nuestra realidad y nuestras percepciones?

En menos de lo que dura una vida humana pasamos de hablar de explosión demográfica a transición demográfica. En lenguaje más coloquial, creíamos que no íbamos a caber en el planeta, y ahora vemos con preocupación que, en pocos años, la población mundial comenzará a decrecer y no sabremos cómo lidiar con el desafío ni con las oportunidades que traerá un número creciente de adultos mayores de 60, 70, 80, 90 y hasta de 100 años. Los gobiernos, las empresas y las familias llegamos tarde a este asunto. El cambio lento es difícil de percibir y ahora nos preguntamos ¿quién podrá ayudarnos?

Colombia llegó al cambio demográfico con algún retraso frente a los países desarrollados, pero de todos modos, antes de lo que nos imaginábamos. También, mucho antes de enriquecernos para poder sostener a una población que necesita más cuidados, más gasto en salud y una amplia gama de servicios sociales desconocidos hasta ahora. Según datos del Dane, en los años 50, menos del 5 % de la población colombiana era mayor de 60, unas 500 mil personas; en 2024 esa población se multiplicó por 14, ahora son más de 7 millones de personas, que equivalen a cerca del 15 % de la población nacional. Se estima, incluso, que nuestra población comenzará a decrecer hacia 2050.

De otro lado, a un nivel más humano, individual y familiar, esos cambios tienen un impacto significativo. «Los 50 son los nuevos 30, en muchos sentidos», dice un amigo cincuentón. Lo cierto, más allá del humor, es que no es lo mismo una persona de 60 o 70 años ahora que hace un par de generaciones. Nuestros padres y abuelos nos sorprenden cada día al rehusarse a ser tratados como adultos mayores frágiles, demandando oportunidades, buscando una plataforma para sus sueños y exigiendo una mirada diferente de una sociedad asombrada por la ruptura de sus paradigmas con la edad.

Por eso hacemos esta revista. Ante tremenda transformación, que será económica, sanitaria, cultural y social, debemos hacer una pausa, comprender y adaptarnos, a todo nivel y en prácticamente todos los espacios de la vida social.

Los individuos, primero, debemos asumir que una vida larga plantea unos planes diferentes, a largo plazo, y unas responsabilidades mayores frente al autocuidado. Si ya estamos (casi) seguros de ser longevos, tratemos de llegar con buena salud física y mental. Para esto nos corresponde asumir un rol como gestores de nuestra propia salud, haciendo ejercicio, comiendo mejor, durmiendo reparadoramente, definiendo más inteligentemente nuestras «dietas» de contenidos y relaciones. Lo más importante, tal vez, será conservar la curiosidad, el deseo de disfrutar la vida y no abandonar jamás nuestros sueños y proyectos.

Las organizaciones tendremos que hacer la tarea. Será emocionante combinar con habilidad el diálogo entre generaciones, la inteligencia líquida de la juventud con la más cristalizada de la sabia edad. ¿Estamos listos para darle cada vez más oportunidades de empleo a personas que superan los 60? Una cosa es pensionarse y otra tendrá que ser dejar de trabajar.

Veamos, además, a las empresas como plataformas para construir hábitos que nos lleven saludables y entusiastas, física y mentalmente, a través de las décadas y nos preparen con anticipación no solo para la vejez sino para las muchas aventuras que vendrán.

Los gobiernos afrontan el mayor desafío adaptativo. ¿Cómo será la seguridad social en 20 o 30 años? Los sistemas pensionales deberán ajustarse de acuerdo con los cambios en la expectativa de vida y los mecanismos de financiación.

Habrá que imaginar un sistema de salud que cada vez demandará más recursos para dolencias asociadas con el envejecimiento. Igualmente, será necesario preguntarnos por los servicios que exigirá la llamada economía plateada, relacionados con las oportunidades y sueños de una población cada vez más activa, que quiere, hasta edades que hace años no imaginábamos, aprender, amar, gozar, construir y participar activamente de la sociedad colombiana. Será clave combinar las iniciativas de cuidado con las de desarrollo, adecuadas a las diferentes subetapas de la tercera edad, no es lo mismo tener 65 que tener 95 o 105.

Queremos que empresas y familias asuman estas reflexiones, que dejemos de discriminar por la edad y ajustemos juntos las desigualdades socioeconómicas en el acceso a derechos y oportunidades de los adultos mayores. Pero, ante todo, que nos alineemos como sociedad en la celebración de los años, en el disfrute pleno de cada año de más en nuestra esperanza de vida. Cada una de las historias de esta revista pretende inspirar, proponer, preguntar y abrir nuevos caminos para uno de los más profundos cambios que haya vivido hasta ahora la sociedad colombiana.

La silenciosa y sutil, pero persistente transición demográfica viene llena de posibilidades y desafíos. Alimentemos un debate nacional y regional (Antioquia es una de las regiones más viejas de Colombia) que demande acciones institucionales decididas, transformaciones individuales y culturales profundas para que podamos celebrar ampliamente. Como dice Neruda, en el poema del epígrafe: «… Al hombre, a la mujer / que consumaron / acciones, bondad, fuerza, / cólera, amor, ternura, / a los que verdaderamente / vivos /florecieron / y en su naturaleza maduraron…».

Los individuos, primero, debemos asumir que una vida larga plantea unos planes diferentes, a largo plazo, y unas responsabilidades mayores frente al autocuidado.

Si ya estamos (casi) seguros de ser longevos, tratemos de llegar con buena salud física y mental.

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