Hambre

David Escobar

Hambre

«El hambre es la pobreza que no admite opiniones, no admite dilaciones» Martín Caparrós, Hambre.

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«El hambre es la pobreza que no admite opiniones, no admite dilaciones» Martín Caparrós, Hambre.

«La lucha contra el hambre corresponde a los Gobiernos. El sector privado no tiene ninguna responsabilidad en ese asunto», dicen algunos que creen que desafíos sociales como este corresponden solamente al Estado. Sin embargo, empresarios y cajas de compensación hemos asumido una postura decididamente proactiva frente a este asunto, sumándonos a los Gobiernos departamental y distrital con el fin de garantizar que la inseguridad alimentaria no afecte más la vida de tantos hogares del departamento. Seguramente, quienes piensan así no saben mucho del tema y dicen eso porque nunca han experimentado la verdadera hambre.

La lucha de la humanidad contra el hambre se trenza con el recorrido de la especie. La agricultura, la urbanización, los sistemas logísticos y de salud han tenido grandes impactos en la disminución del hambre en el planeta. Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud, se estima que aún más de 800 millones de personas sufren esta ausencia de alimentos en pleno siglo XXI. ¿De qué sirven el progreso, la ciencia y el intelecto humano si no son capaces de resolver este inmenso y esencial desafío común? El periodista y escritor argentino Martín Caparrós, en su libro Hambre, presenta descarnadamente las diferentes formas y causas de este flagelo que destruye la dignidad humana y carcome, literalmente, la salud, el bienestar y la esperanza de cientos de millones de seres humanos. Con toda razón, como señala Caparrós en su largo ensayo, producto de una investigación muy seria y profusa, se trata del «mayor fracaso del género humano».

De otro lado, confieso que escribir este texto fue difícil. Leí, pregunté, pensé, estudié… y sobre todo, me cuestioné profundamente. Lo cierto es que tampoco yo conozco el hambre en carne propia. Para poder trabajar en inclusión debemos comenzar por reconocer el privilegio. ¿Cómo hablar, entonces, de un problema que conocemos, si acaso, desde las historias y las frías cifras? ¿Podrá toda la empatía del mundo cruzar ese abismo? Usted, lector: ¿ha sentido hambre? Le pregunto por el verdadero, no por el «hambre de triunfo» de los deportistas o emprendedores. Tampoco por el que debería llamarse diferente, que se siente cuando una de las comidas del día se demora un rato, ese que mi mamá, siendo nosotros muy niños y para que no nos quejáramos porque el viaje a la costa se alargaba, denominó «ganas de comer, porque hambre sienten los niños del África».

Necesitamos hablar de hambre porque para muchos se vuelve invisible. El deterioro de un ser humano por falta de alimentos es lento, no es tan evidente. La compasión, en este caso, requiere de entrenamiento. El hambre no es un cuento que sucede en un país lejano, está cerca de nosotros, en la casa de un compañero de trabajo, en un barrio cercano o incluso en nuestro círculo más inmediato. El hambre real impide el bienestar, frena el progreso, deteriora la salud y, en más ocasiones de las que queremos aceptar, causa la muerte, la peor de las muertes. En la última década, en Antioquia no más, murieron 92 niños por esta causa inaceptable.

Escribo este editorial ejerciendo la mejor compasión de la que soy capaz, consciente de que, hasta ahora, no tengo idea de cómo se siente en carne propia este mal que les quita la vida a unas 25.000 personas diariamente en el mundo. Es posible que a muchos de los lectores de esta revista les pase lo mismo. Esto, sin embargo, no puede impedir que hagamos algo. El dolor de uno es el dolor de todos, la ambición de unos podría convertirse en la de toda la especie humana, o al menos en la de la sociedad colombiana.

«Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes, y a veces, cambiarlas», dijo alguna vez Paul Auster. Por eso, porque creemos en la fuerza de las historias y el poder de las palabras, queremos elevar la consciencia de los antioqueños con esta publicación, sabemos que habrá hechos dolorosos, cifras difíciles de digerir y de que algunos se molestarán porque se trata de una verdad incómoda. Reconocemos, de igual manera, que el hambre es un desafío adaptativo, complejo, que trasciende a un Gobierno local, a una empresa o a una entidad como Comfama.

Es simple, casi simplón, pero vale la pena recordarlo. La gente que tiene hambre no sufre porque no haya alimentos suficientes. De hecho, se dice que el planeta podría, con la misma comida que produce hoy, alimentar unos tres a cuatro mil millones de personas más. Se sufre de hambre cuando no hay suficiente dinero en casa para pagar por el mercado mínimo. El hambre es la peor de las expresiones de la pobreza y debería ser la que se atienda con mayor urgencia. A Comfama, sin embargo, no le corresponden solamente la presentación del asunto y el llamado de atención. Somos posibilistas, incluso ante los asuntos más complejos y dolorosos, decidimos celebrar, proponer y ejecutar soluciones desde nuestro círculo de influencia. Por eso, en esta edición también hay historias de Gobiernos, organizaciones sociales, emprendedores y empresarios que decidieron ponerle cara al problema. En ellas encontrarán claves para que en la familia y en la empresa nos hagamos cargo.

Añoramos que esta revista sea una invitación a conversar, un llamado, una exploración. En Comfama no tenemos, obviamente, una solución completa y definitiva, pero hacemos lo más que podemos. Estamos, además, listos para seguir trabajando con Gobiernos y demás actores sociales para que la sociedad antioqueña dé ejemplo de cómo una comunidad puede cuidar a sus miembros y reconocer que ciertos sufrimientos son inadmisibles. Esperamos que estos textos inspiren a familias y empresas a sumarse a esta causa colectiva, que luego de leerlos en una mesa de comedor, una sala de reuniones o un espacio público, algunos se levanten, preocupados y decididos a sumarse, aportar, denunciar y buscar soluciones.

También hay que reconocer que, aunque las iniciativas locales son urgentes y necesarias, debemos discutir seriamente nuestros sistemas agroalimentarios, para que creen valor económico y valor social al mismo tiempo. Queremos motivar, de un lado, la beneficencia y el altruismo: una persona con hambre ya es demasiado. De otro lado, admitimos que es necesario que los colombianos afrontemos las causas originales de este flagelo. No puede ser que haya gente que pase hambre en uno de los países más biodiversos y ricos en agua y tierra del mundo.

¿Se acuerdan de la historia del hombre, tildado de loco, que la mañana después de una tormenta se acerca a una playa cubierta de estrellas de mar agonizantes que el mar picado había sacado de su hábitat? Había madrugado a recoger estrellas y a devolverlas al mar, una por una. Alguien se le acercó a desanimarlo: «No lograrás jamás salvarlas a todas», le dijo. «No importa», respondió, y se agachó a coger otra para tirarla con fuerza, lo más lejos que pudo, de vuelta a su hogar. «Para esa estrella habrá valido la pena». Adaptada de la Quinta Disciplina, libro de Peter Sense. Peter M. Senge

El hambre no es un cuento que sucede en un país lejano, está cerca de nosotros, en la casa de un compañero de trabajo, en un barrio cercano o incluso en nuestro círculo más cercano

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