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«Hay que escuchar a los que saben, pero tampoco escucharlos demasiado». David Vélez, fundador de Nu Bank.

En mi infancia los niños teníamos que trabajar, no en el sentido que ahora reconocemos como maltrato infantil sino como parte del proceso educativo de un hogar. Si uno quería comprarse algo, digamos un dulce o un juguete, llegaba el reto: «Esos zapatos necesitan que los lustren», decía mi papá. «Ese carro está muy sucio». Y si estábamos en la finca de la abuela: «Aquel potrero tiene mucha maleza». O cuando se acercaban las vacaciones, si uno quería hacer un paseo, le respondían: «Hay mucho trabajo en el almacén de la mamá en Itagüí». Y así crecimos, lavando carros, lustrando zapatos, echando machete y cargando cajas llenas de ropa, en los ratos libres y las vacaciones.

Pero no solo eso, en nuestra casa, emprender era parte de la vida. Si en la finca de la abuela se sembraban piñas nos proponían que las vendiéramos en el colegio. Cuando se acercaba la Navidad, mi mamá preguntaba qué le íbamos a vender a los amigos y a las tías. Cuando faltó mi papá, justo en grado 11 y sin plata para pagar la excursión, mi mamá, hija de una familia negociante, me lo planteó de esta manera: «¿Qué es lo más maluco de la cafetería del colegio para que tú lo hagas mejor, lo vendas y te puedas pagar el viaje?». Fui a San Andrés a punta de sánduches de jamón y queso, vendidos a escondidas durante los recreos.

Por eso, quizá cuando mi amigo David Posada, compañero de tesis de ingeniería me propuso participar en su idea de negocios, no lo dudé ni un minuto. Nos metimos en comercio electrónico en la Colombia de principios de los 90. Una librería virtual, émulo de Amazon, en un país sin logística y sin Internet… La llevamos lejos, pero no la logramos sacar adelante. Tuvimos que cerrar al cabo de unos años, con mucha tristeza y con la amistad intacta, gracias a Dios. Me siento muy orgulloso de ese fracaso.

Aprendí tantas cosas en esas experiencias que sigo recordándolas en mi ejercicio profesional. Vender, echar el cuento, manejar plata, pagar proveedores y, sobre todo, recalcular la ruta cada que sea necesario.

Con los años, sin embargo, y no me da pena decirlo, reconozco que no soy un emprendedor nato como mi hermano y muchos empresarios que admiro. Aun así diría que algo me quedó de esa mentalidad. Desde mi trabajo en Comfama siento que, a pesar de ser una organización con 71 años, se mantiene atenta, curiosa y bastante emprendedora.

La manera de ver el mundo de los emprendedores, que busca los problemas de la gente y se pregunta cómo los mercados, los negocios y las empresas pueden resolverlos, es definitivamente un rasgo clave para cualquier profesional y fundamental para el éxito de cualquier sociedad.

Por otro lado, al sentarme a escribir este texto me pregunto si hay algo de verdad en eso que dicen del emprendimiento antioqueño. Los que saben explican que lo llevamos en la sangre, que viene de los judíos y también de los españoles que tuvieron que trabajar en esta zona casi despoblada de indígenas, pero llena de oro. Que lo fuimos construyendo década tras década, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX. Pienso en el trabajo que está en estos días publicando El Colombiano sobre los 350 años de Medellín y aparecen en mi mente minas como el Zancudo, bancos cuyo legado lleva con orgullo nuestro querido Bancolombia, en industrias como Ferrerías Amagá, en las textileras, las de bebidas y alimentos, las de construcción, las de energía y muchas otras que ha creado esta tierra de emprendedores y comerciantes.

Me pregunto cuáles serán las que, creadas en nuestra época, al cabo de los años, veremos con el mismo orgullo y admiración. Seguramente serán las empresas del agro, del software, la música, las financieras, de turismo y las basadas en alta tecnología. Ahora que lo repienso, creo que sí hay mucho de verdad en esa historia del emprendimiento antioqueño. Nuestra manera de ver el mundo nos distingue de casi todas las demás ciudades, no capitales, latinoamericanas.

En Comfama creemos que vale la pena preguntarnos cómo podemos usar esa historia y esa vocación como un activo que nos conecte con el futuro. Por eso hacemos esta revista. Para generar conversaciones en las empresas y los hogares alrededor del por qué, en qué y con quién emprender. Emprender no es una tarea solitaria. Un emprendedor que luego será un empresario trabaja en red, reconoce que su éxito será el de su equipo y, eventualmente, el de la sociedad entera.

La generación de nuevos emprendimientos de nuestra región tiene mucho que ver con nuestro sistema educativo y nuestra red de empresas más consolidadas. Los grandes emprendimientos emergen de la fricción creativa de las universidades, grandes empresas, instituciones y de la ciudad que las ven nacer.

Esta revista pretende inspirar con historias reales, de gente diversa en negocios disímiles. Buscamos con ello demostrar que ganar y florecer en un emprendimiento no tiene sector ni clase social. Todos podemos, eventualmente, lograrlo. También queremos que quienes se lancen a esta aventura sepan que no caminan solos, que allí estamos las instituciones. Y aunque nadie hará el trabajo por ellos, tampoco están en una sociedad donde esta tarea sea solitaria e improbable.

Además, muy al estilo Comfama, encontrarán artículos para «emprender y no morir en el intento». Ideas de liderazgo para emprendedores. No caen mal algunos consejos de cuidado y autocuidado. Tampoco sobran las recomendaciones sobre la ética de los negocios y capitalismo consciente. No se trata de ganar plata y de cambiar el mundo «sea como sea», afectando a nuestra familia, salud o peor, a la sociedad o a la naturaleza. Si han de lograr sus éxitos, que sea floreciendo como seres humanos. Nadie es más pobre que quien solo aspira al dinero, la fama y la gloria.

Finalmente, y este no es el consejo menor, insistimos en nuestra idea de que la mentalidad emprendedora es también una mentalidad de progreso, resiliente ante el fracaso y sólida ante las derrotas. Para los buenos emprendedores, cada caída no es más que un obstáculo temporal. Este camino no es para todos y el éxito no estará jamás garantizado. Al contrario, detrás de cada empresa que «la rompe» y sale adelante hay miles que no lo lograron. Esto, sin embargo, no es impedimento para intentarlo. Al fin y al cabo, somos, eso es innegable, un pueblo que emprende no porque le toque, no porque no tenga otra salida, sino porque nuestro espíritu indomable no nos permite un camino diferente. Emprender es, quizá, una de nuestras más bonitas formas de crear y de servir.

«Esta revista pretende inspirar con historias reales, de gente diversa en negocios disímiles.

Buscamos con ello demostrar que ganar y florecer en un emprendimiento no tiene sector ni clase social. Todos podemos, eventualmente, lograrlo».

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editorialDavid EscobarEmprendimientooctubre2025
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La Revista Comfama es un medio de comunicación educativo, de circulación gratuita, que tiene como objetivo generar conversaciones sanas y constructivas que transmitan valores positivos a través del poder del ejemplo y las historias.