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David Escobar

El cuidado es un trabajo

Poco hablamos de la economía del cuidado y de las personas que hacen parte de estas actividades que incluyen, entre otras, las tareas del hogar, el aseo de la casa, los servicios de cuidado en salud o para personas frágiles y de servicios generales en las organizaciones. Este problema tiene, probablemente, un origen cultural. 

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“Es triste cada día ver que nadie quiere llamar a las cosas por su nombre”

José Vicente Piqueres

Estábamos en una reunión en mi oficina. Una mujer joven entró de pronto para ofrecer café o algo para tomar. Gabriel se volteó y saludó: “Hola, ¿cuál es tu nombre?”. Ella sonrió: “¡Cristina!”. “Gracias, Cristina, me alegra conocerte, soy Gabriel”. La reunión continuó y, al terminar, mi buen amigo me dijo: “Qué buena energía tiene Cristina”. Uno de los rasgos suyos que más admiro es que nadie es invisible para él, ve a las personas, las escucha, las valora. Trata igual de amable a poderosos, colegas y amigos que a quien le sirve un café o a un campesino antioqueño que se encuentra en un camino.

“También soy emprendedora”, dijo, sonriendo de nuevo, días después, cuando le puse conversa. “Quiero tener un trabajo mejor y darle una buena calidad de vida a mi hijo”. Tenía los ojos llenos de estrellas, como dicen en Francia, como solo he visto en la gente que llega muy lejos. Hacía bien su labor de servicios generales, con amor, alegría y compromiso. Cristina Jiménez es de esas personas que uno aprecia casi de inmediato porque respiran optimismo y ganas, el mundo les queda pequeño. Emprendedora, mamá, trabajadora y estudiante, quizás por eso a nadie extrañó y a todos alegró que se presentara, y se ganara, una vacante relacionada con el estudio técnico que estaba realizando paralelo a su labor.  

Desde que la conozco ha tenido dos ascensos y ahora está a punto de dar un paso más en su carrera, con apoyo en recursos, tiempo y buena energía de parte de Comfama. Pronto se graduará como profesional. Estoy seguro de que seguirá creciendo laboralmente y ganará cada año más amigos y bienestar; tiene la mentalidad del progreso, es “echada para adelante”. 

Pero no todas las empresas ni las familias empleadoras funcionan así para mujeres como Cristina. No todos somos como Gabriel. A las personas que trabajan en el cuidado a veces las invisibilizamos o las abandonamos a su suerte. Terminamos bloqueando, con o sin intención, su progreso y la realización de sus sueños. En una inmensa porción de los hogares colombianos y en muchas microempresas, incluso, ni siquiera se les reconocen los mínimos derechos y las garantías del trabajo digno. En Antioquia, por ejemplo, solo cuatro de cada diez trabajadoras del hogar tienen su seguridad social completa.

Poco hablamos de la economía del cuidado y de las personas que hacen parte de estas actividades que incluyen, entre otras, las tareas del hogar, el aseo de la casa, los servicios de cuidado en salud o para personas frágiles y de servicios generales en las organizaciones. Este problema tiene, probablemente, un origen cultural. Cuando era pequeño, recuerdo que una amiga de mi mamá le decía que era desafortunada por no haber tenido una hija, “porque ella podría quedarse en la casa, no casarse ni trabajar y cuidar de ella en la vejez”. La economía del cuidado ha sido, ante todo, femenina, de bajos ingresos, poco o mal remunerada. La sociedad colombiana, con honrosas excepciones, ignora la dignidad de estas labores y subvalora su aporte económico y social.

Por eso hacemos esta Revista, para elevar la consciencia y activar la conversación sobre el inmenso desafío que tenemos a este respecto. Queremos llegar a las familias e invitar a que no se vuelva a decir que el trabajo del hogar es solo para las mujeres, tampoco que sería bueno que los hombres “ayudáramos”; se trata de asumir que somos iguales y de distribuir las tareas más que de “ayudar”. Pretendemos asegurarnos de que no haya una sola empleada remunerada del hogar (por favor no llamarla con el peyorativo “muchacha del servicio”) sin sus prestaciones sociales completas y legales. Soñamos  con que nadie que trabaje en cuidado sea invisible, que esas tareas se valoren y se paguen justamente, que se consideren en las cuentas del hogar y de la economía colombiana. 

Proponemos, además, que haya una ruta de progreso, formación y crecimiento para todo aquel o aquella que haga parte de la economía del cuidado. Una excelente empleada remunerada en una casa podría ser, por ejemplo, una maravillosa cuidadora de adultos mayores o de primera infancia, emprendedora, chef, empleada administrativa de una empresa… ¡o lo que ella se sueñe! ¿Qué tal si tenemos más oportunidades de educación técnica y profesional, de emprendimiento o más apoyos para lograr su vivienda, para cientos de miles de personas que, como Cristina, transpiran posibilidades?

Por otro lado, en esta edición queremos evidenciar el machismo y el clasismo que le hacen sombra a la economía del cuidado. Veremos, en contraposición, las inmensas posibilidades creadoras, sociales y económicas que tenemos en el talento de las más de un millón 500 mil personas que trabajan en el sector de cuidado remunerado en Colombia. Explicaremos las razones por las cuales pensamos que su progreso traerá progreso al país.

En estos textos, de diferentes maneras, procuramos que no se entienda más la labor del cuidado como un favor, porque vale tanto como cualquier otro trabajo.

De hecho, tiene cada día más valor en todo el mundo, porque no puede ser reemplazada por aplicaciones, por robots, ni por la inteligencia artificial. Cuidemos a nuestros cuidadores, es lo mínimo que se merecen. Las empresas y familias de Antioquia, que hemos sido ejemplo en esto en el país, debemos reconocer que aún nos falta un buen trecho por recorrer. Alguna vez le oí decir al economista Armando Montenegro que el grado de desarrollo económico y cultural de un país se mide por la calidad y las formas que tome el empleo de limpieza y cuidado del hogar. Tiene razón, cuando el trabajo del cuidado se visibilice, se valore, se remunere y se celebre, seremos el país que añoramos; la dignificación de las personas que asumen este rol nos hará, en consecuencia, más dignos a todos los colombianos.

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