«La solitud es el cielo» May Sarton, en una carta a Bryher. Encontrado en @lettersofnote
En medio de la conversación, una señora se empezó a quejar de algún rasgo de quien ya cumplía más de cuatro décadas siendo su marido. Mi sabia madre la escuchó con atención y soltó uno de sus apuntes, medio seria medio en broma: «En cambio en mi casa TODO el mundo hace lo que yo quiero. A la hora que yo diga todo el mundo se levanta, a la hora que me den ganas de dormir, todo el mundo se acuesta…», y soltó una carcajada no exenta de nostalgia, mientras su interlocutora la miraba con cara de sorpresa, queriendo saber más del asunto. Ese abril se cumplían 25 años desde que mi madre constituyera un «hogar unipersonal» por la temprana muerte de Juan Gabriel, su esposo, mi papá, y la natural partida de mi hermano y yo.
Con la viudez, hubo, por supuesto, soledad. La ropa de mi padre permaneció en el closet por años y nos acompañó, incluso, en el trasteo. En el nuevo apartamento hubo un espacio destinado para los objetos personales del ausente. Su partida dolió por muchos años, ya ni me acuerdo cuántos. Pero había tanto que hacer que no hablamos del duelo, fue fluyendo sin ayuda, como un río lento, en el interior de cada uno de nosotros.
Poco a poco, sin embargo, esta mujer extraordinaria fue haciendo el tránsito de la soledad que duele, que desgarra el alma, a la solitud trascendente, a esa conexión con la vida, con los demás y con la rutina cotidiana que llena el corazón de sentido, no importa que uno esté rodeado de gente o en la soledad de su casa
Recuerdo cuando mi papá, tendría yo 14 años, cogió un librito de coplas de Manuel Mejía y me explicó: «Está la soledad, que duele y daña. Luego aparece la solitud, esa amplía el espíritu». Y Manuel es tan bueno que nos trae de vuelta una palabra en desuso para recordarnos que hay otra soledad, la poética, la soledad fértil: la soledumbre». Y cogió el libro para leer en voz alta: «Soledumbres y lejuras / me vienen de natural, / como al áloe vegetal / le llegan sus amarguras».
Beatriz Elena goza de su solitud; llena su vida con amistades significativas, comparte tiempo con su nieta, con su familia; disfruta de lecturas, películas y del ejercicio ancestral del tejido, así como de larguísimos juegos de cartas con sus compinches de toda la vida. Da gusto hablar con ella, siempre tiene temas y descubrimientos nuevos, tiene una vida llena de riqueza espiritual e intelectual.
Hacemos esta revista porque somos conscientes de que la soledad da origen a enfermedades y trastornos mentales. Por eso necesitamos con urgencia políticas públicas y acciones colectivas para afrontarla como un asunto de salud pública.
Tenemos que estar atentos a los desafíos de salud mental asociados con la experiencia de sentirnos desconectados de un mundo cada vez más complejo y alejados de una humanidad cada vez más absorta en sus teléfonos.
Tenemos que estar atentos al crecimiento de los hogares de un solo integrante —en Medellín llegan a casi el 20 %—; la soledad en medio de la gran ciudad es una dolencia en aumento.
En Comfama queremos, como siempre, generar conversaciones en barrios y veredas, en hogares, plantas de producción, almacenes y oficinas. Los desafíos más complejos requieren de acciones colectivas e individuales, estatales y privadas; abracemos esa complejidad y afrontémosla, como decían las abuelas, «con fundamento».
Queremos que las empresas se comprometan con esta problemática mediante espacios de diálogo, promoción del ocio, redes de apoyo y soporte profesional. Así como hemos invitado a abrazar el espíritu de los tiempos mediante una forma de hacer empresa más consciente con la humanidad y con el planeta, proponemos una organización cuidadora, acompañadora de las soledades, que nos ayude con ese tránsito de la soledad oscura a la solitud trascendente.
También se trata de que todos animemos un proyecto cultural y de salud alrededor de esa vieja idea estoica sobre que no son los hechos en sí mismos los que nos hacen daño sino la forma como los asumimos. El relato que tejemos sobre lo que nos pasa define una parte importante, obviamente no todo, de nuestro estado anímico. Decir, por ejemplo, que uno es viudo, es completamente diferente a contar que nuestra pareja murió y que, con el tiempo, aprendimos a honrar su memoria y seguir adelante.
Los grandes problemas requieren, para su solución, de transformaciones internas (mentalidad y cultura) y externas (soluciones concretas de parte de las instituciones responsables). Ambas perspectivas se complementan.
En Comfama pensamos que la cultura y la salud se pueden encontrar alrededor de la salud mental. Este reto de sublimar la soledad para que se convierta en solitud, y sazonarla con la hermosa y acogedora soledumbre de la que hablaba don Manuel, necesita de muchas disciplinas que dancen armoniosamente.
Los invitamos, finalmente, a sentir la confianza para compartir su soledad, a pedir ayuda, a acudir a expertos y a instituciones cuya misión, como la nuestra, es que la vida no solo sea materialmente más justa sino más sana espiritual y emocionalmente. También les sugerimos elevar su consciencia hacia su entorno más inmediato. En cualquier reunión puede haber alguien rumiando la idea de que está complemente solo en el mundo; en un encuentro familiar preguntémonos si aquel primo tan callado estará atravesando un río oscuro y profundo sin suficientes ayudas. A él, a ella, a ese rostro compungido, le podemos decir, en cualquier momento, con delicadeza y con cuidado: ¿cómo te sientes?, ¿sabes que estoy acá para ti, cierto?, ¿cómo podría ayudarte? Recordemos que un abrazo o una palabra sencilla pero oportuna pueden salvar una vida o, al menos, calentar un corazón que tirita en medio de la lluvia
Somos conscientes de que la soledad da origen a enfermedades y trastornos mentales.
Por eso necesitamos con urgencia políticas públicas y acciones colectivas para afrontarla como un asunto de salud pública.
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editorialagosto 2024soledadSuscríbete a nuestro boletín y mantente actualizado.
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