Como una posibilidad, así nació Cartama, una empresa productora de aguacate hass, ubicada principalmente en ocho municipios del suroeste antioqueño, que se compromete con un modelo de negocio que fortalece el territorio. Ricardo Uribe nos cuenta su historia.
La historia de Cartama es un relato de desafíos y aprendizajes que ha hecho que se convierta en una empresa que impulsa el agro colombiano. Actualmente el 78 % de nuestros ingresos se queda en las zonas de influencia, al ofrecer empleo digno y oportunidades laborales que hace 35 años no existían o que parecían difíciles de potenciar.
En Cartama producimos, empacamos y exportamos, pero también trabajamos de la mano de 300 pequeños y medianos productores de aguacate hass. Además de crecer con ellos y enviar nuestros productos a Rusia, Europa, Corea del Sur, Japón, Estados Unidos y China, tenemos proyectos como Comunidades Cartama en el que, junto a Bancolombia, financiamos sus emprendimientos con tasas competitivas y brindamos asistencia técnica. También, fortalecemos el territorio a través de procesos formativos que realizamos junto al CESDE y Comfama.
Todo empezó cuando mi padre, Luis Carlos Jaramillo, regresó de Chile. Para ese momento viajaba por nuestros negocios de flores y banano, pero allá un amigo le mostró su exportadora de aguacate hass y le pareció una idea prometedora. «Hijo: tenemos agua, tenemos manos para trabajar, no hay que cruzar el canal de Panamá para llegar a Europa, ¿por qué no lo intentas?», me dijo al regresar.
Quise comenzar, pero no tenía semillas. No había productores de aguacate hass en el oriente antioqueño. Busqué por todo lado y al fin encontré a Alejandro Morales, un arquitecto que tenía una semilla perfecta, porque además de ser esta variedad de aguacate, tenía una mezcla con una especie nativa y eso hacía que ya estuviese adaptada a las condiciones tropicales de nuestro país.
La sembré en La Escondida, nuestra finca de recreo en Llanogrande. Era la indicada pues tenía el área perfecta para aprender. ¡Fue muy duro! Para empezar, no encontraba ningún asistente técnico especialista en esta variedad. Trabajé con uno que sabía de flores. De los primeros 2.600 árboles cultivados, perdimos 1.300. No sabíamos ni cómo se fertilizaba, ni de qué tamaño debía ser el hueco o la distancia de siembra ideal, ni siquiera cómo podarlo.
En el primer encuentro de productores de aguacate en Cartago conocí a Amanda Quintero, nuestra redentora. Visitó La Escondida y al ver el cultivo dijo: «hay que tumbar la mitad». Le propuse buscar otra forma. La encontramos: salvamos la plantación con tratamiento nutricional.
Viajé por todo el mundo para aprender de otras experiencias, pero todos eran países subtropicales que requieren riego. ¡A nosotros nos sobra la lluvia! Mientras en Chile al año caen 100 mm, aquí caen 2000. Continué con Cartama, junto a mi hermano, porque si bien aceptábamos el desconocimiento y sabíamos el riesgo, confiamos en que las tierras colombianas lo tienen todo y siempre aprendimos de cada error.
La primera exportación fue contra viento y marea. En el 2015 logramos que aceptaran la llegada del primer contenedor a Inglaterra. Nunca habían importado desde un país tropical. Cuando ya el contenedor iba en plenas aguas internacionales, me llamaron y dijeron: «solo recibiremos la mitad». Mientras llegaba a puerto, logré venderle la otra mitad a un supermercado en el mismo país. Aunque respiraba aliviado, seguía pensando en el estado en el que llegarían las frutas. El contenedor pasó perfectamente todos los controles de calidad. Fue tal el éxito que hoy seguimos siendo socios.
Actualmente, tenemos nuestro propio vivero y pasamos de no tener ninguna semilla, a producir un millón trescientas mil anuales. Si bien nos hemos equivocado en cada camino que emprendemos, volvemos a intentarlo, esa es nuestra filosofía. Lo hacemos porque creemos en el campo colombiano y cada que un emprendedor crece nos motiva a continuar por más imposible que parezca.
El otro reto: La historia de la planta de empaque contada de la voz de Ricardo Uribe
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