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Durante toda su vida, Román Jiménez Aristizábal fue ganadero. Pero desde 2015 lo es con un enfoque regenerativo. La finca El Pajuil, en Puerto Triunfo es actualmente un ejemplo de convivencia y trabajo conjunto entre el hombre, el ganado y la naturaleza. 

Mi abuelo y padre eran ganaderos y toda mi infancia transcurrió en una finca rodeado de vacas, toros y caballos. Tras la muerte de papá, a mis 13 años, salí con mi madre de la finca y empecé un camino de formación académica. Soy Médico veterinario y zootecnista, por años estuve entre Colombia y el exterior estudiando idiomas, mi maestría y un doctorado en distintos ámbitos de la investigación veterinaria. 

Durante años los suelos de la finca estuvieron degradados y la tierra sumamente explotada. En el 2013 y el 2014, mientras vivía en México, conocí un principio que aún guía mi vida y trabajo: la regeneración. 

Descubrí a Johann Zietsman, un africano autor del libro Hombre, ganado y pastizal en Dallas, Estados Unidos. Ese texto se convirtió en mi guía. Con Zietsman empecé a romper mis paradigmas y a cambiar mi forma de entender la ganadería en la que hay una alta dependencia de insumos químicos para tratar las enfermedades de los animales, por una ganadería regenerativa más rentable porque se nutre y cuida de forma natural con lo que el entorno le brinda. 

Cuando llegué a Colombia en 2015 lo primero que hice fue cambiar todos los toros Brahman que tenía. Contrario a lo que pensaba, si quería una finca ganadería más rentable y con menor dependencia de químicos, debía seleccionar el ganado adecuado a mi entorno natural. 

Reemplazamos estos toros por Romosinuano, una raza criolla acostumbrada a zonas de alta humedad, mucha pluviosidad y altas temperaturas. Cerré la lechería que teníamos y que se sostenía con apenas 100 vacas, cada vez menos productivas. Empezamos a aplicar procesos que no necesitan insumos externos por lo que la inversión es menor y, por ende, la producción es más rentable. 

Para hacerlo comprendí que los animales generalmente tienen plagas internas y externas, para esto se hacen controles y se usan productos químicos para tratarlos. El problema es que nos dimos cuenta de que estos afectan el suelo al acabar con insectos y microorganismos que viven allí. Para la ganadería regenerativa el suelo está vivo y es su principal recurso. Debimos entonces nutrir nuestra selección adaptada, es decir, que todos los animales que tuviéramos se adaptaran al entorno y permanecieran saludables. 

Esto fue fundamental pero no fue lo único que hicimos para hoy estar comprometidos con la regeneración: restauramos servicios ecosistémicos, protegemos fuentes de agua, flora, fauna y especies nativas. 

Al eliminar lo químico y promover la vida del suelo, volvieron los escarabajos, las lombrices y todos los microorganismos que existen en suelos saludables. Dejamos los arbustos para que descompacten el suelo, para que tenga una mayor absorción de agua y nutrientes, le damos mayor tiempo de descanso para que siempre exista una buena capa vegetal con sus respectivos microorganismos. 

En últimas, el suelo, el agua, los animales nativos son nuestra prioridad. Estamos comprometidos con una forma más sostenible de producción, respetando el ciclo vital y permitiendo que sea parte de un ecosistema más amplio. 

No nos interesa forzar la máxima ganancia, sino lograr rentabilidad sin dependencias de insumos. Se trata de un cambio de mentalidad y actitud frente a la vida, el ecosistema compartido con otras especies. Nuestro propósito es conservar la flora, la fauna y alcanzar un equilibrio natural.

«En Colombia, actualmente hay más de 170 fincas en las que se están implementando estrategias bajo el sistema la ganadería regenerativa, principalmente en las regiones Caribe y Andina. Estas estrategias aseguran la conservación de la fauna y la flora, incrementando el hábitat de diversas especies que favorecen la resiliencia de estos agroecosistemas, buscando progresivamente un equilibrio natural que se traduce en rentabilidad de la actividad ganadera».

Conoce más de ganadería regenerativa en este reporte del Instituto Humboldt. 

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