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La constante en la familia de Álvaro Fernández es el cambio, la metamorfosis y, desde 1970, la búsqueda permanente del valor agregado.

Mi familia es ganadera por herencia. Mis cinco hermanos y yo tuvimos el primer contacto con las labores de la tierra en Planeta Rica, Córdoba, donde mi papá echó raíces hace 70 años y empezó a construir su patrimonio. Ese legado sembró en mí un amor profundo por el campo que todavía conservo.  

Hace cinco décadas nuestros padres llegaron a La Blanquita, una finca a orillas del río Cauca, en Fredonia Antioquia. La Blanquita cuenta con 350 hectáreas que, en la década del 2000, dejaron de estar al servicio de la producción ganadera y, con mi hermano Luis Guillermo, decidimos adentrarnos en un terreno tan desconocido como prometedor: la producción de cítricos. 

El legado de la transformación 1

Descubrimos que, mientras que una hectárea de pasto produce unos 350 kilos de carne al año -si eres muy buen ganadero-, una hectárea de cítricos genera 35 mil kilos de fruta, 100 veces más. La razón para migrar de la ganadería a la agricultura fue, entonces, la oportunidad de ser más productivos.  

La decisión parecía fácil, pero en el camino nos dimos cuenta de que elegimos el camino difícil. Vender ganado era sencillo: lo llevábamos a la Feria de Medellín o el mismo comprador llegaba hasta la finca. Pero para vender un kilo de naranja necesitábamos tener 30, 40 o 50 clientes y, cuando empezamos a crecer, esos clientes fueron plazas mayoristas en distintas ciudades. Eso implicó empezar a despachar, conseguir camiones y volvernos expertos en logística. 

Superar la curva de aprendizaje nos costó, pero finalmente aprendimos a producir y vender cítricos. No contentos con esto, tomamos una segunda decisión arriesgada pero que hoy podemos recomendar:  encontrar el valor agregado. Aprovechamos el sabor de las naranjas de la rivera del Cauca, que reciben sol todo el día y un viento fresco durante la noche, para ser la versión colombiana de Tropicana, una marca importada desde Estados Unidos, que se diferencia de otras por la pasteurización, un proceso que protege al consumidor de bacterias e impurezas. 

A La Blanquita llegaron máquinas para exprimir naranjas y pasteurizar su néctar, pero nos encontramos con que a los colombianos no les gusta el sabor del jugo pasterizado sino el recién exprimido. Es decir, un jugo con una vida de 20 días máximo.  

El legado de la transformación 2

Como no encontramos mercado acá y no teníamos quién nos comprara el producto, decidimos probar suerte en el mercado internacional. Pero ahí, otro reto: la refrigeración del producto es muy costosa y teníamos que encontrar una tecnología que permitiera el transporte y, al tiempo, la rentabilidad. Fue así como encontramos que, al usar envases asépticos, el jugo pasteurizado dura hasta un año sin necesidad de refrigeración, ni adición de conservantes ni sustancias artificiales.  

La decisión de cambiar las vacas por naranjas obedeció a la búsqueda de un crecimiento empresarial, gracias a ella hemos multiplicado por cuatro nuestro número de empleados. Los cultivadores de cítricos somos los principales generadores de empleo para las 250 familias que habitan la orilla de la carrilera entre Fredonia y Jericó del antiguo Ferrocarril de Antioquia. 

Una nueva generación de nuestra familia miró de frente una posibilidad y le dio un vuelco completo a su actividad económica de aquel entonces, la ganadería. Hoy estamos transitando a la tercera generación de nuestro emprendimiento y nuestros hijos conservan este legado que hemos construido desde jugos Balay.  

El legado de la transformación 3

#ElCampoEsPotente porque permite soñar un futuro

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