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Cuando no le decían Morelia, le decían Mariela o Nohelia… incluso la llegaron a llamar como la marca más famosa de chocolate para untar. A Norelah Pardo Cárdenas nunca le había gustado su nombre. Esto, hasta que alguien a más de 11 mil kilómetros de distancia le explicó el significado: “luz de dios”. Precisamente, esto es lo que es esta mujer antioqueña que profesa el islam: una luz de dios.

Ese alguien fue un egipcio a quien conoció por Internet, un enlace con ese país que siempre le había llamado la atención, y quien, además, le ayudó a conocer el islamismo, una forma de ver y vivir la vida. Esa de la que ya tenía varias dudas por aclarar.

Y es que ahora que lo piensa, dios se había encargado de dejarle muchas más pistas en el camino. Una de ellas fue cuando al montarse a un bus vio cómo dos chicos musulmanes hablaban del ramadán, ayuno anual que practican quienes profesan el islamismo en honor a su fe.

Ella trató de escucharlos lo que más pudo, de hecho, se pasó de su lugar de trabajo solo para seguir el hilo de esa conversación. Cuando se vio en un lugar lejano de su destino inicial se atrevió a abordarlos y preguntarles en dónde podía aprender más sobre su religión.

Por medio de ellos conoció a una mujer musulmana nacida en Medellín, sí, en una ciudad históricamente católica, lo que le dejó una enseñanza clara: árabe no es sinónimo de musulmán. Corría el año 2007 cuando también visitó la que era una mezquita en plena capital de Antioquia. Allí comenzó a estudiar árabe, idioma del que ha aprendido lo suficiente para defenderse en sus viajes a Egipto.

Adoptar el hiyab, código de vestimenta para las mujeres en el islam, fue su primer gran paso…

Norelah, artista plástica y actriz de teatro, quien llegó a tener el pelo de colores y vestir pantalones cortos, ahora cubría su cuerpo en consonancia con su nueva religión. Su mamá, practicante activa del catolicismo, “pegó el grito en el cielo” y entre chanza y chanza le decía que con ella, así, no salía a la calle. Su papá solo le puso una condición: quitarse el atuendo en su lugar de trabajo, un espacio que también compartía con él siendo auxiliar contable. El tiempo pasó y ya aprendieron que Norelah –quien asiste a la única mezquita de la ciudad, ubicada en el barrio Belén– sigue siendo la misma, solo que ahora profesa otra religión que le da las respuestas que necesitaba respecto a su relación con dios.

Las miradas en la calle no le importan ni que la confundan con la Virgen María o una madre superiora… Ya el miedo al qué dirán lo había superado en las tablas. Su estrategia es otra, no solo ser quien quiere ser, sino irradiar de luz con su sonrisa a todos los demás, sin importar quién sea. Total, según dice ella, lo que mejor sabe hacer, su mejor talento, es sonreír.

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