Manifiesto plenario

Algunas personas nos llaman, por respeto o eufemismo, «adultos mayores», «grandecitos», «personas de juventud acumulada». Nosotros preferimos decirnos viejos y viejas, porque eso somos: llenos de historias y experiencias. Pero, más allá de todo, somos plenarios.

Somos transeúntes de una vida recorrida, que han trascendido el culto a la belleza física y a las vanidades. Alguien dijo que a cierta edad la vida termina, pero nosotros seguimos siendo libros abiertos de los que jóvenes, hijos y nietos, aprenden cada día.

Desde la geografía de la edad adulta, vemos el mundo con la perspectiva de la experiencia. Nuestro tiempo es lento y suave, lo que nos permite disfrutar de la vida de otras maneras. Tiempo para una taza de café, para cuidar las plantas, para leer lo que nos apasiona, escribir, buscar nuevos vínculos y consolidar amistades. El cuerpo envejece, pero el alma se mantiene joven.

Vivimos esta etapa con dicha plena. Salir de casa, caminar, reunirnos con amigos, dar rienda suelta a nuestros anhelos y transmitir nuestra experiencia: todo eso es parte de nuestra vida. No creemos en las limitaciones que impone la edad, sino en el aliento que anima cada momento de la existencia.

La alegría, la paz y la convivencia son nuestros legados. Cada encuentro es una oportunidad para tejer afectos, compartir sueños y transmitir aprendizajes. Seguimos creciendo, con la constancia del niño que aprende y la serenidad del sabio que observa. Nuestras historias están en nuestros rostros, en las huellas del paso del tiempo. Y con cada palabra, seguimos construyendo nuestro relato, uniendo el pasado y el presente en un legado vivo.

¿Qué aprenderías de tu propia historia si la escribieras hoy?