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La travesía de Diana y su hija Laura con síndrome de Down, quienes transformaron el amor por la cocina en un emprendimiento que hoy acoge a más personas neurodivergentes y se ha convertido en ejemplo.

En marzo de 1993, en el Urabá antioqueño, Diana no sabía que estaba a punto de comenzar una aventura transformadora. Laura, su hija, llegó al mundo con desafíos médicos complejos: una cardiopatía severa, dislocación de cadera y neumonía. Los médicos le dieron un 5 % de probabilidad de supervivencia, sin embargo, Diana recuerda que se pegó del 1 % y le dejó a Dios el futuro.

Laura fue operada del corazón en Medellín; una semana después la mandaron para la casa sin medicamentos. En contra de los pronósticos desfavorables, sobrevivió sin complicaciones.

El camino hacia la educación no fue sencillo. En una época donde la inclusión educativa aún era un concepto emergente, Diana y Laura se enfrentaron a múltiples rechazos.

Sin embargo, la respuesta de Laura es tan práctica como poética: pone música, respira y se abraza con su mamá diciéndole: «tranquila, cariño». Diana complementa esta estrategia con una filosofía de vida que han construido juntas: «Hemos empezado de cero varias veces, pero nunca hemos perdido el norte. Estamos viviendo el propósito y si ella es feliz, yo soy feliz, y si algo sale mal, lo resolvemos».

Luego de pasar por procesos gratificantes con pedagogía Waldorf y de estudiar en lugares como Aula abierta, la Universidad de Antioquia y Artesas, Laura se preguntaba cómo cumplir el sueño de estudiar cocina, pues desde pequeña pasaba horas viendo el canal Gourmet. «Era lo único que la conectaba», recalca Diana.

En algunas academias de cocina le decían que sin título de bachiller no la aceptaban, pero un día hallaron una que les abrió las puertas. La Universidad Mariano Moreno les ofreció un modelo educativo que valoraba las competencias por encima de los títulos. Fue hace tres años cuando Laura se graduó de esta universidad y expresó con emoción: «aquí estaba lo mío».

Terminó sus estudios con éxito e hizo su práctica en las cocinas del hotel San Fernando Plaza. No obstante, Laura insistía «Mi sueño es montar mi propio negocio de guacamole y no trabajar para nadie». ¿Y por qué guacamole?, «mi color favorito es el verde, el del aguacate, me gusta el sabor y la textura. Yo soy una transformadora del aguacate», afirma con contundencia.

El primero de mayo de 2016 nació oficialmente LauraCate. Comenzaron vendiendo guacamole a los amigos; en Artesas les diseñaron el logo y el nombre; y, lo que empezó como un sueño se transformó de forma gradual en una realidad. Hace dos años nació lo que ella llama su segundo hijo: Amapla, un restaurante que, en conjunto con otras personas neurodivergentes, ofrece comida de autor en Mall Plaza 77, en el municipio de La Estrella. Laura, quien una vez soñó con transformar aguacates, terminó transformando también las percepciones sobre la neurodivergencia, el emprendimiento y las posibilidades infinitas que surgen cuando los sueños encuentran el apoyo de personas como su madre quien ahora jubilada acompaña todos sus proyectos.

¿Qué otras posibilidades imaginas para las personas neurodiversas y cómo quisieras apoyarlas en el camino?

Laura derrumba estereotipos: Hace 19 meses exactos Laura recuerda cómo conoció a Santiago, el amor de su vida, también con síndrome de Down. Fue en un intercambio en México, específicamente en una cueva en Pátzcuaro, en la que él tomó su mano y le preguntó si quería ser su novia.

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