Jugar para reunirse

Después de la muerte de su esposo, Luis Felipe, la abuela Clara les dijo a sus hijas y nietos: «No me imagino seguir viviendo en esta casa y, menos en diciembre».

Para evitar la tristeza y la nostalgia, Sonia, una de las hijas, propuso una nueva tradición: celebrar el año nuevo en una finca, alejados de la casa grande de Campo Valdés que había sido sede de las reuniones familiares.

No sabían si cambiar de espacio sería suficiente, por eso Luisa, una de las nietas y a quien con cariño en casa le dicen «Picardías», en honor a una em - presa de recreación; decidió sumarle juego a la estrategia. Sabía que sería una forma de entretener a la familia, de ayudarlos a centrar su atención en algo distinto a la tristeza de la ausencia.

Empezó con lo más tradicional: «Póngale la cola al burro », «el juego de las sillas» y «concéntrese». Repitieron hasta el cansancio esos juegos y, por eso, decidieron crear unos propios.

Lo que empezó como un escape a la tristeza se convirtió, con el pasar de los años, en un ritual para esta familia que jugando creó un nuevo sentido de unión, fortaleció lazos, aprendió a perder, a ganar y a convivir. Los García Ospina aprendieron que no es necesario estar tristes para juntarse y que jugar es una excusa válida para reunirse.

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Dice la ciencia:

Los juegos de mesa en familia ofrecen un entorno seguro para que los jugadores experimenten diferentes roles y dinámicas de liderazgo; así desarrollan habilidades de gestión, toma de decisiones y comunicación efectiva.