Se dice que la atención es la forma más rara y pura de generosidad. Pablo Aristizábal fue con su esposo, Julián Zapata, a ver a su sobrina jugar una final de baloncesto. Ese gesto que él vio como algo pequeño fue gigante para Antonia y su familia.
Antonia Aristizábal es mi sobrina. Tiene 12 años y desde ya su mirada está puesta en el futuro: quiere ser basquetbolista profesional. Siempre me ha reclamado cariñosamente que no soy tan fanático de ese deporte como ella quisiera. «Tío, deberías entender lo increíble que es este deporte», me dice mientras yo sonrío.
Este año, Antonia y su equipo compitieron en la Copa Antioquia y durante una semana intensa de partidos, llegaron a la semifinal. El sábado, mientras me organizaba, recibí un mensaje de ella; una carita triste con:
– «Tío favorito, ¿ustedes no van a venir a ninguno de mis partidos?» El mensaje me golpeó fuerte. Sabía lo importante que era para ella, pero no logré reorganizar mis planes a tiempo.
El domingo nos levantamos temprano, sin embargo, los trancones y la ciclovía nos iban retrasando. Llamamos para saber cómo iba todo y nos enteramos de que habían ganado. ¡Estaban en la final! Respiramos aliviados y decidimos comprarle un regalo; un bono de librería, porque además de ser una atleta, Antonia ama leer.
A la final sí fuimos, cuando llegamos al coliseo el ambiente estaba cargado de nervios. Antonia y su equipo se enfrentaban a los Cariocas, uno de los equipos más fuertes de Antioquia según lo que me había contado mi hermano que es amante del baloncesto. Un partido muy reñido. Al llegar, su equipo iba ganando por seis puntos, luego por tres. Desde la gradería la vimos en acción: Antonia es armadora. Su destreza para quitar el balón y avanzar con precisión en los pases es impresionante.
El partido fue una montaña rusa. En el último cuarto, los Cariocas lograron tomar ventaja y terminaron ganando. El equipo de Antonia quedó de subcampeón. Las niñas estaban devastadas, y Antonia, aunque visiblemente afectada, se mostró fuerte. «Lo dimos todo», decía con serenidad.
Cuando Antonia subió a las graderías y nos vio, su tristeza se alivió un poco. Le dimos un abrazo fuerte, y cuando le entregué el regalito, abrió los ojos con sorpresa:
–«¿Para mí? ¿Por qué?»
–«Porque eres una tesa; estamos impresionados y muy orgullosos de ti». Le dije.
Como la naturaleza no nos dará hijos, y por ahora tampoco hay planes de adopción, somos una pareja de tíos poderosa, con full dedicación a ellos y a ellas. Y no me refiero a los tíos que dan regalos, porque eso es lo de menos, sino al tiempo dedicado.
Mi esposo y yo disfrutamos mucho de ser niños: de jugar con la imaginación, conversar y contar historias. Es en estos pequeños gestos donde se construye un impacto duradero, porque la atención constante fortalece los lazos y deja recuerdos imborrables. Y cuando escuchas un «tío favorito» que te desarma de amor, en - tiendes que no se trata de grandes gestos, sino de estar presente. Es en esos momentos pequeños donde realmente se construye el cariño y donde las huellas que dejas se vuelven imborrables.
¿Cuáles son esos momentos de atención que podrías ofrecer hoy?
Para Simon Weil, la atención era una puerta a lo milagroso y una forma de «seducción divina» que nos hacía susceptibles a la belleza. Julián y Pablo, dos tíos que acompañan con atención a su sobrina apasionada por el baloncesto.
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