El ocio es importante para los Castaño

Desde niño Andrés Felipe Castaño disfruta todo lo que tiene que ver con el agua; su mamá, Lucía, recuerda que aprovechaba cualquier balde, lavaplatos o poceta para mojarse y sentirse feliz, a veces hasta corría hacia las piscinas sin saber que eso podía ponerlo en riesgo.

A los tres años de edad, a Andrés lo diagnosticaron con un trastorno del espectro autista (TEA), una condición neurobiológica que influye en comportamientos de comunicación e interacción social.

En su caso, el trastorno le genera dificultades para expresar sus sentimientos, entablar relaciones y percibir ciertos estímulos. Lucía sabía que a su hijo le faltaba disfrute.

La solución a esa situación decidió buscarla en familia, por eso acudió a su mamá para conversar el tema, quería expresar lo que sentía y también escuchar la opinión de alguien que amaba a Andrés casi tanto como ella.

La conversación giró en torno de las posibilidades que podían tener para garantizarle a Andrés momentos de goce, en los que la rutina desapareciera por un instante, pensaron en fútbol, patinaje y bicicross. Sin embargo, en algún momento se preguntaron: «¿para qué nos vamos a poner a inventar, si desde niño a Andrés le ha encantado el agua?».

Esa misma semana decidieron matricularlo en clases de natación en Comfama de Rionegro, el día en el que abrieron las inscripciones esperaron has - ta las 12 de la noche para que fuera el primero en inscribirse y asegurar su cupo.

Al principio, él, aunque emocionado, se asustaba mucho y su mamá debía entrar también a la piscina, pero, con el paso de los niveles, decidieron junto con el profesor que era momento de que lo hiciera solo.

«Andrés es el centro de nuestra familia y verlo disfrutar es algo que nos contagia a mí y a mi mamá de alegría» dice Lucía con los ojos brillantes.