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La familia humana y perruna de Rafael García se nutre con el juego. Él junto a su esposa encuentran en el movimiento y los retos dispositivos del afecto y símbolos del acompañamiento responsable de las mascotas.  

Ernesto llegó a nuestra casa hace cuatro años. Era algo temporal, para que tuviera compañía y no se estresara por la pólvora de la alborada y diciembre, pero después de un par de días con él ya habíamos tomado la decisión de convertirnos en su hogar definitivo. Unos seis meses después llegó Amelia, también en condición temporal mientras le encontrábamos un hogar. Con ella la decisión fue todavía más rápida: nos tomó menos de un día.   

Tener dos perros cachorros fue una tarea retadora. Una vez llegamos a casa y todo era negro. Habían tumbado una planta, regado la tierra y mezclado con el agua que tomaban y luego habían corrido ensuciando todo lo que había a su paso. 

 “¿Nos quedó grande esto?” Nos preguntamos mi esposa y yo. Tuvimos que hacer una pausa para decidir qué hacíamos. ¿Era necesario buscarles otro hogar? Finalmente decidimos que no. Ya eran miembros de nuestra familia y uno no regala un familiar, uno trabaja con él.  

Leímos, consultamos, preguntamos y vimos incontables videos. Poco a poco fuimos encontrando herramientas para tratar con los problemas de conducta de nuestros peludos. Luego estudiamos etología y empezamos a entender los motivos de su comportamiento, y al hacerlo, aprendimos también como corregirlo y prevenir nuevos problemas.  

Los perros, como nosotros, tienen necesidades básicas: agua, comida y refugio son las primeras que nos vienen a la mente. Tal vez algunas personas agregan la salud a esta lista. Gracias a la etología descubrimos otras necesidades a menudo tácitas: el cariño y la atención, el ejercicio y el juego.  

El juego les permite a los perros canalizar gran parte de esa misma energía que, en otras condiciones, usarían por ejemplo para dañar objetos que frecuentemente son importantes o útiles para nosotros. También les permite desarrollar las características propias de su especie: correr, cazar, recoger, olfatear, sortear obstáculos y buscar cómo resolver problemas.   

Pero no todos los juegos requieren de grandes espacios abiertos. Los tapetes olfativos les permiten poner a prueba su sentido más desarrollado para encontrar premios; los juguetes interactivos estimulan su mente y ponen a prueba su ingenio; esconder premios en la casa y enseñarle a buscarlos, también puede darle a nuestro peludo un entretenimiento emocionante durante un largo rato.  

Reconozco que puede darnos pereza levantarnos para salir, pero una vez lo logramos, hacemos salidas largas porque nos divierte también. No solo sacamos a jugar a Ernesto y Amelia, ellos nos sacan a jugar a nosotros y en pandemia han sido nuestra pausa activa. El “bueno, chao” del final de las reuniones lo entendemos todos como una invitación a interrumpir la rutina y salir a jugar.   

La estimulación física y cognitiva del juego hace maravillas por un perro, pero también por sus tutores. 

Jugar es un excelente medio para fortalecer el vínculo de los humanos con los perros, para conocer sus temperamentos, sus gustos y para darles la atención que ellos tanto desean, a la vez que desarrollar ese vínculo afectuoso tan beneficioso para ellos como para nosotros mismos.

¿Hace cuánto saliste al parque a jugar, te animas a hacerlo hoy?

¿Jugamos? Sí. #Juguemos también con nuestras mascotas 

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