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A Laura Daniela Zapata Hurtado, de 31 años y madre de Gabi, una niña con autismo, la impulsa el amor y la firme convicción de que su hija merece un mundo comprensivo y acogedor.

A Gabriela la diagnosticaron cuando tenía alrededor de dos años. Fue Laura quien encendió las alarmas, debido a que Gabi no podía hacer algunas cosas por ella misma; observó, investigó, preguntó y buscó ayuda. Confiesa que no fue fácil aceptar, debido a que ella también de pequeña tuvo un diagnóstico de hiperactividad, todo esto sucedió en medio de una separación, una mudanza, la partida de su mamá del país y el peso de sentir que todo estaba sobre sus hombros.

Sin embargo, no se detuvo. Laura no romantiza la maternidad. «Ser mamá ya es una montaña rusa. Si a eso le sumas un diagnóstico, todo se intensifica. Un día estás feliz, al otro sientes que no puedes más». Por eso ha aprendido a reconocer sus límites, a respirar hondo, a pedir ayuda. Se refugia también en su hermana, que es psicóloga, y en su rutina siempre está la lectura y la actividad física. «El deporte me salvó y me ayudó a enseñarle a mi hija el valor de la disciplina y el esfuerzo». Porque insiste: «Si mamá está bien, bebé está bien».

Gabriela asiste al preescolar de Comfama, ubicado en Manrique, un lugar que Laura eligió con el corazón y la experiencia, pues ella fue estudiante cuando era niña por eso asegura que allí encontró una metodología que respeta la diferencia y acompaña desde el amor. «Si hay cumpleaños, no hay dulces ni bombas, sino una tortica sin azúcar y un juguito saludable que Gabi comparte con sus amiguitos».

Este tipo de detalles —que para muchas personas pueden pasar desapercibidos— hacen la diferencia para una niña con hipersensibilidad sensorial, que al principio tapaba sus oídos con cada sonido fuerte y apenas hablaba. Hoy, Gabi, a sus cuatro años, entabla conversaciones, se viste sola, va al baño sin ayuda y pide su merienda.

En noviembre del año pasado se estrenó en el cine Moana y Laura llevó a Gabi al cine por primera vez en la función matutina. «Me la llevé con miedo, no sabía cómo iba a reaccionar, el papá de Gabi, me había dicho: cómo te la vas a llevar a cine. Compramos crispetas y Gabi se quedó sentada toda la película, se lo disfrutó completamente».

Laura entendió la importancia de crear oportunidades, de no limitar las experiencias por miedo al juicio social, y de celebrar cada pequeño triunfo como el gran logro que realmente es.

Ser mamá azul, color del autismo porque representa la calma y la aceptación, no ha significado para Laura cargar con un peso; es la certeza de que la maternidad también se entrena y que la neurodiversidad no es un límite, sino una forma distinta —profunda y poderosa— de habitar el mundo.

¿Cómo crees que podemos acompañar a personas cuidadoras de personas neurodiversas?

Laura y su hija Gabi viven días tranquilos y otros más agitados, como el mar. Por eso, el azul —color que simboliza tanto la calma como el movimiento del mar— representa también la experiencia de quienes viven con autismo y sus familias.

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