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Probablemente el primer humano sobre la tierra contempló con curiosidad el cielo. Ese ocio, el del asombro, fue la semilla de grandes conocimientos sobre los astros y el mundo que nos rodea.

Un pastor en Mesopotamia sacó a pastar sus ovejas una noche de verano. Mientras ellas comían, él las esperaba contemplando las estrellas. ¿Qué serán esos distantes puntos de luz?, se preguntaba. Mientras tanto, en el antiguo Egipto, al caer el día, una mujer disponía un momento de su descanso para alzar la vista a la Luna. ¿Por qué se oculta y vuelve a salir? ¿Por qué el río crece y vuelve a bajar? Y en Grecia, Tales, siete siglos antes de Cristo, acostado en una playa de Mileto, se admiraba por el movimiento de los cometas y las sombras del sol sobre nuestra esfera. ¿Por qué pasa cada tantos años? ¿Qué dice este astro de nuestra suerte? 

Algunos frutos del ocio son la contemplación y la curiosidad, el detenerse sobre algo que nos rodea y hacerle una pregunta. Si la pregunta es buena debe llevar a una buena respuesta o a una inquietud mejor; todo esto, eventualmente, se puede convertir en nuevo conocimiento. 

Desde el origen humano, el individuo contempló los cielos y sus fenómenos. Trató de darle sentido a su vida con ellos, atribuirles relatos o rezarles como dioses. Los romanos les pusieron nombre a los planetas; los griegos, a las constelaciones; los árabes, a las estrellas. Hiparco de Nicea quiso contarlas una a una.

Los mayas trazaban calendarios, los persas construían observatorios, los egipcios comprendían los ciclos de la siembra para darles comida a sus hijos. Los portugueses, con los astros como guías, navegaron los océanos; los soviéticos, el espacio y los estadounidenses pusieron a la humanidad en la Luna. 

Galileo, que en su tiempo de ocio cultivó un gusto por la música, pudo, después, aprovechar el mismo pulso que usaba para hacer el conteo musical en la comprensión del comportamiento de la gravedad en la caída de los objetos. Cecilia Payne, una astrónoma británica que en su tiempo de ocio bordaba, un día decidió explicar los restos de la supernova Cassiopeia A bordándola completa en 1975.  

Esa disposición por el ocio, como actividad en sí misma, propició con los siglos, un tejido de relatos, apuntes, observaciones y cálculos de quienes se han maravillado con el universo y que, con el rigor de la ciencia, conocemos como astronomía.

Esa curiosidad también la compartía un grupo de inquietos que, en el siglo xx, se empezó a reunir en Medellín a conversar en su tiempo de ocio sobre estas pasiones por el infinito. En el transcurrir de las reuniones, decidieron que la ciudad necesitaba un lugar para que el público pudiera compartir la astronomía y fue así como el 10 de octubre de 1984 nació el Planetario de Medellín, Jesús Emilio Ramírez González. Fue llamado así por un sacerdote jesuita de Yolombó que usó su curiosidad no solo para asuntos divinos, sino también para estudiar fenómenos geológicos y sísmicos.  

Un espacio de ciudad donde, además de experiencias, proyecciones y exposiciones que permiten explorar el universo sin salir de Medellín, existe el Club de Bordado Astronómico del Planetario en el cual, hombres y mujeres de la ciudad construyen, con aguja e hilos, las 88 constelaciones de nuestro firmamento. 

Esos remotos pastores, agricultores, recolectores y pensadores de cientos y miles de años de distancia nos enseñaron que el ocio es terreno fértil para asombrarnos y, tal vez, comprender los fenómenos, las luces y misterios que nos rodean. 

Las empresas que hacen posible la labor del Planetario de Medellín, así como la del Parque Explora y el Exploratorio, son: Alcaldía de Medellín, EPM, Festival, Zenú, Bancolombia, Comfama, Chocolisto, Grupo Familia, Grupo Argos, Sura y Jet.

¿Qué preguntas te nacen cada vez que contemplas el cielo?

En defensa del ocio porque en él habita la curiosidad

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contemplacionmedellínempresasplanetarioociosidadjulio 2023
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